
Aún recuerdo esa noche en que me rompió el collar. Mil fragmentos de malaquita quedaron esparcidos por el suelo, junto con mi dignidad. No sabía cómo había llegado a aceptar mi sumisión. Pero esa noche vi la luz; mientras estaba semiinconsciente, se me apareció un ciervo. De sus cuernos brotaban hojas y en su mirada vi la fuerza que me insufló coraje. Esa noche me fui. Empecé de nuevo, con la confianza de que todo iría bien. Hoy, diez años después, no puedo ser más afortunada. Todavía agradezco que ese ciervo intercediera en mi vida.
Esta es mi propuesta para Escribir Jugando de junio, un microrrelato de 95 palabras (sin contar el título), basado en el desafío. Descúbrelo.
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Lídia Castro Navàs