
Silg no conocía otra estación que no fuera el invierno. Se había acostumbrado al frío, que era como el espino sobre su piel. Su abuelo solía hablarle de las flores y de cómo se cultivaban, antes de que el clima cambiara y eso le dio una idea: enterró su teléfono en la nieve y esperó. Pero nada pasaba. Había tomado las palabras de su abuelo de forma literal. Una mañana, algo detuvo su paseo habitual: una rosa se abría entre las gélidas capas de hielo. Lo que no sabía es que su abuelo la había puesto allí para ella.
Esta es mi propuesta para Escribir jugando de marzo, un microrrelato de 99 palabras, basado en la carta, con la palabra del dado: teléfono y como opcional: el espino.


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Lídia Castro Navàs